Essaouira, donde el pescado llega en barcas azules*
Fotos: Marta Torres |
Gritan los pescadores, convertidos en pescaderos, ofreciendo los productos recién sacados del mar. Gritan los compradores, intentando llegar a un acuerdo. Grita la policía, reprendiendo a algún vendedor sin licencia. Hasta las gaviotas, centenares de ellas, gritan –graznan– exigiendo parte de los pescados y mariscos que se acumulan en las decenas de puestos.
Apenas unas cajas en las que reposan pulpos, salmonetes, morenas, gallos, gambas, calamares, sepias… Y unas balanzas. No hace falta nada más para vender pescado en este pueblo de la costa atlántica de Marruecos. Algunos exponen su captura del día en el suelo, sobre una sábana blanca. Los más afortunados disfrutan del frescor de una sombrilla de propaganda que parece a punto de combarse por la edad. El pescado brilla bajo el sol. Algunos peces, aún vivos, mueven las aletas. Abren y cierran las agallas buscando aún el oxígeno del agua.
La mayoría de los que curiosean entre los puestos son hombres. Ellos hacen la compra, discuten los precios, miran a los ojos a los pescados buscando la garantía de que hace apenas unos minutos todavía estaban en el océano. Entre los vendedores, también mayoría de hombres. Solo tres mujeres, al final del muelle, completamente cubiertas –ni los ojos se les ven– ofrecen unos cuantos pescados.
Los hombres del mar, en cuclillas frente a sus puestos, destripan, desescaman, limpian, trocean y filetean sus productos con una destreza que no se corresponde con sus romos y viejos cuchillos. Mates por el uso. Mil veces afilados. No hablan. No miran. Solo trabajan. Lanzan los desechos al aire. Las gaviotas los agarran al vuelo. Algunas se pelean por los trozos más suculentos de tripas.
Una gran barca de pesca atraca en el puerto. Decenas de hombres se arremolinan junto a ella para ayudar a descargar. Las cajas de pescado y marisco vuelan sobre sus cabezas. No tocan el suelo. De mano en mano desde la barca a un enorme camión refrigerado que sorprendentemente ha conseguido abrirse paso entre la multitud. Apartan prácticamente a codazos a los escasos turistas que se acercan para ver el espectáculo. Desde el muro que protege el puerto el muelle de venta de pescado parece un hormiguero que se mueve a cámara lenta. En apenas una hora casi no queda pescado en las sábanas. Los vendedores agrupan las escasas piezas que aún no han vendido. Se relajan.
El muelle vuelve a ser un espacio diáfano y casi silencioso. Se escucha el mar. Las risas de los niños que juegan entre los aperos de pesca que descansan contra la pared. Solo las gaviotas, más golosas que hambrientas a esa hora, continúan con sus gritos. Algunos pescadores aprovechan para remendar sus redes. Otros para recuperar fuerzas, durmiendo descalzos sobre montañas de redes. Como los gatos.
Muy bien descrito. Da la sensación de que estamos ahí. Me encanta la primera foto. Besos.
ResponderEliminarMarisa, ésa era la intención. Es una de mis favoritas de ese lugar, aunque hay otras que me gustan mucho más, pero que no se publicaron porque no tenían tanto que ver con el pescado: niños jugando en el muelle, pescadors remendando las redes, las gaviotas peleándose por la comida, un primer plano de una novia marroquí con el mar de fondo, una mujer completamente tapada de negro frente a las paredes blancas, un gatito durmiendo en las redes...
EliminarBesines
Estoy con Marisa, muy bien captado y contado el ambiente. Lástima que a mí el griterío y el pescado no me vayan. Me quedo con la primera foto.
ResponderEliminarBesotes
Por cierto, espléndida tu nueva foto de perfil.
EliminarGracias Norah. A mí es que todo me gusta. Me gustan el griterío y el pescado, me gusta el silencio de la ciudad antigua, me gustan los niños jugando a fútbol en la playa, me gustan las olas... En cualquier sitio, de viaje, soy feliz.
EliminarUn besazo
PD: Gracias, es que la otra tenía ya unos cuantos añitos...
Hoy nos vamos por los puertos, me ha gustado mucho, el ambiente en estos sitios es con lo que me quedo. Otro voto a la primera foto y a la del perfil.
ResponderEliminarBesos
Marilú, hoy os llevo de paseo por el puerto, sí. El ambiente de esos lugares es lo mejor. Cuando viajo es cuando más agradezco esa deformación profesional que me hace observarlo y escucharlo todo, fijarme en los detalles... Mis compañeros de viaje siempre me dicen que cuando viajan conmigo se fijan en cosas que se les hubieran pasado por alto.
EliminarVotos apuntados ;)
Un besote
Me acabas de trasladar a ese puerto con tu descripción. Me ha parecido hasta sentir la luz del sol sobre mi piel. Es curioso que no podemos dejar de notar la falta de género femenino en estos países en que son menos que ciudadanos de segunda clase.
ResponderEliminarUn saludo.
Mariuca, lo de las mujeres en algunos países es tremendo. En las zonas turísticas, aún, pero cuando sales de ellas, es para temblar. Me alegro de que te haya llegado un poquito de luz del sol.
EliminarUn abrazo
Como me gusta ami este ambiente, me recuerda a los michos momentos, sobretodo en verano, del puerto de Cádiz, los barquitos llegando a la bahía con sus peces aún saltando vivarachos, el mercado como llaman la atención a los que pasan por allí pregonando lo que traen, lo que venden...
ResponderEliminarEsta entrada me ha traído hermosos recuerdos, me ha encantado pasear por estos rincones costeros...
Mil besos Dorothy :)
Por cierto casi no te reconozco en tu nueva foto, estas guapa guapa :)
Nieves, seguro que el puerto de Cádiz se parece mucho a éste... A ver si un día nos lo presentas. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarMil besos, Nieves
Jajajaja... Gracias por lo de la foto. De las malas rachas a veces se saca algo bueno.
Qué buena descripción, veo que no soy la única que se ha visto metida en ese ambiente. Lo mejor, imaginar las gaviotas volando alrededor (que también se ven en las fotos) y atrapando al vuelo los restos lanzados por los pescadores.
ResponderEliminarUn beso.
Caminante, esa imagen de los pescadores alimentando a las gaviotas la vi también en Estambul, en el mercado de pescado bajo el puente de Gálata, allí les daban de comer en la mano... Me alegro de que te hayas sentido ahí.
EliminarUn besote
La he disfrutado un montón, muy bien descrito...parecía que estaba oyendo sus gritos al vender.
ResponderEliminarUn beso!
Lesincele, muchas gracias. Espero que no te hayan dejado muy sorda.
EliminarBesines
Muy bonita la sinfonía en azul de Essaouira. La foto del encabezamiento con las barcas azules es, para mi gusto, la mejor. Lo que sí parece, es que la pesca es un poco escasa: un par de pulpos y unos chicharros. ¿O es que ya lo habían vendido todo? El relato, muy vivo y dinámico. Puedo oir a las gaviotas y oler el pescado fresco.
ResponderEliminarBesos
Sorokin, es una venta de pescado de pueblo, hay pocos vendedores y pocos compradores. Cuando llegó la barcaza grande empezaron a sacar cajas y cajas de pescado, pero lo metieron en un camión, de eso no se quedó nada ahí. Pues nada, que lo escuche y lo huela usted bien, monsieur.
EliminarBesos
Casi huele a mar y a pescado hoy por tu blog, Dorothy. Como siempre, me ha encantado el viaje de detalles que nos propones :)
ResponderEliminarÚltimamente les he cogido un poco de manía a las gaviotas, que se empeñan en no dejarme dormir por las mañanas. Pero como todo lo que tenga que ver con el mar, siempre me han gustado
¡Un besazo!
Rober, gracias, lo mejor es que este olor a pescado se mantiene siempre fresco. Las gaviotas a mí me caen mal, y no porque no me dejen dormir, sino porque las veo como las palomas del mar. Cosas que tiene una. Me alegro de que te haya gustado el viaje.
EliminarUn besote
Gracias por llevarnos hasta allí. Las barquitas preciosas; la descripción estupenda aunque siempre me ha dado un poco de grima eso de limpiar el pescado;cuando voy a la pescadería lo paso fatal.
ResponderEliminarAbrazo!!
Zamarat, a mí del pescado no me da grima nada, ni limpiarlo, aunque me tenga que pelear un poco con él. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn abrazote
Como siempre, me ha parecido estar ahí.
ResponderEliminarHace años, el puerto de Bonanza, en Cádiz, era casi gemelo de este. Las rutinas (los rituales) eran los mismos y las imágenes, casi calcadas, recuerdo que cuando no había subasta, pescaba cangrejos con un hilo y una red entre los arrastreros, como los de la foto, amarrados en tierra.
Es curioso cómo nos creemos tan diferentes a los demás y en realidad somos tan parecidos.
Las fotos son estupendas, la tuya incluída.
Veo esas fotos con un pulpo recién sacado del agua y pienso sin poderlo evitar, en una copa de Albariño, a orillas del Miño.
Lo que hace el subconsciente.
Un beso.
M., ojalá algún día puedas estar ahí, a la otra orilla de Cádiz. Creo que todos los puertos del mundo se parecen. ¿Pescar cangrejos? ¿Los metía tu madre en la olla?
EliminarSomos más diferentes y más iguales de lo que pensamos.
Gracias por lo de las fotos. Y por lo de la foto. El Miño me queda un poco lejos, pero a un albariño no le digo nunca que no.
Un beso
Impresionante.
ResponderEliminarJuan Antonio B., muchas gracias.
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