Una vez quise vivir en un faro...
(Faro de Barbaria, Formentera) @Martatorresmol |
Una vez quise vivir en un faro. Era una vez oscura.
Incluso en tierra, un faro es un faro. Alumbra. Muestra el camino. Vivir en un faro te llena los oídos de olas y la piel de sal. Aún recuerdo la carcajada de un farero cuando se lo pregunté, hace mucho, cuando mi grabadora funcionaba con cintas de casete y aún quedaban fareros. Que vivían en faros. Primero se rió, unas preguntas más tarde, serio, me dio la razón. Tenía las olas tan metidas en la cabeza que a veces se le olvidaban. Estaba tan acostumbrado a la sal que, tierra adentro, echaba de menos la rigidez de la ropa con su almidón de salitre. Y el haz constante de luz colándose por las rendijas de la persiana.
Una vez quise vivir en un faro. Estaba llena de luz.
Podría haber sido la linterna. Pasar las noches aguardando el día. Velando. Soñando. Guiando. Alertando. Pasar las mañanas junto al acantilado. Pegada al borde. Con las puntas de los zapatos suspendidas en el aire. Mirando al abismo a los ojos. Dejando que el viento me despeinara. Viendo los vuelos en picado de las gaviotas. Contando borreguitos y adivinando la cadencia de las olas. Las tardes de invierno leyendo frente a la chimenea con una copa de vino tinto. Y las de verano... Las de verano esperando la noche en cualquier otro lugar. Llenándome de atardeceres. Llenándome de luz para ser, cada noche, una y otra vez, la linterna.
Una vez quise vivir en un faro. Es una vez eterna.
Está ahí. Todas las noches en las que me siento en la arena de la playa, abrazada a mis rodillas, buscando con los ojos, al sur, la luz. El guiño. La intermitencia. En mitad del paso de los Freus. En el islote de los Ahorcados. Uno de los destinos más peligrosos para los antiguos torreros. Donde varios empeñaron su vida por salvar las de los náufragos. Los faros calman. Sitúan. Te permiten volver a respirar. Te despiertan en mitad de la noche. En las madrugadas de niebla. Los zumbidos de su sirena se cuelan en tus sueños. Los llenan de mar. Y de sal.
Sigo queriendo vivir en un faro.
A veces, los faros te hacen ver cosas. Que serán malas o no, depende. Una vez conté una historia (totalmente verídica) de un farero: http://diriodeunaburrido.blogspot.be/2010/02/la-triste-historia-de-fuencisla-la.html
ResponderEliminarCuando estés en el faro, ten cuidado.
Saluditos
Sorokin, lástima que ese manuscrito no terminara. No sé qué visiones tendría yo en el faro.
EliminarSaludos.
Según el informe de la policía, el farero se suicidó a golpes de pala matamoscas. Difícil de creer, es cierto, pero es así.
EliminarSaludetes
Si me lo cuentas así, yo también quiero vivir en un faro...
ResponderEliminarBesotes!!
Margari, si algún día me compro uno, te invito unos días.
EliminarBesines.
Que texto más bonito! Me ha encantado cómo expresas esa pasión, tal como lo cuentas parece que vivir en un faro sea maravilloso :)
ResponderEliminarun besito guapa
Gracias María. No sé si sería maravilloso, supongo que, como todo, es mejor cuando sólo lo imaginamos que cuando lo conseguimos. Por eso está bien que algunos sueños sigan siendo eternamente sólo eso, sueños.
Eliminar¡Bienvenida!
Sin duda, sería una hermosa experiencia, y más si la cuentas así. Un besote!
ResponderEliminarPues qué te voy a decir yo, que además el faro más cercano está a demasiados kilómetros de mí...
ResponderEliminarPero espero llegar, llegar cerca a un lugar con faros. Faros reales, palpables, cercanos, luminosos.
Vivir en un faro, llenar sus paredes de libros.
Un abrazo