'Ibiza, la isla de los ricos', esloras de infarto y champán de 1,7 millones de euros
Hubo una Ibiza (Eivissa, para mí) en cuyo puerto reinaban pailebotes del siglo XIX que los niños conocíamos como si fueran nuestra casa y silenciosos pescadores de mirada adusta que cosían sus redes. Es la Ibiza de mi yo niña. De cuando la felicidad era corretear por el muelle las soleadas mañanas de domingo con un helado de chocolate y limón en verano y un pastel en invierno. La llegada a la isla en barco, presidida por la estampa de la ciudad amurallada, era un momento casi sagrado. Hubo una Ibiza en la que lo único que se escuchaba en las playas era el mar, los gritos de los juegos infantiles y los graznidos de las gaviotas. Donde pedías, con los pies llenos de arena y el agua salada goteándote por la espalda, un frigurón en el chiringuito. Hubo una Ibiza (la hay, aún, pero los aborígenes guardamos esos rincones con celo) que nada tiene que ver con la del lujo, la de los ricos, la de los millonarios que la llenan durante los meses. Ésa es, precisamente, la Eivissa en la que se centra Joan Lluís Ferrer en 'Ibiza, la isla de los ricos', un reportaje extenso que se lee, se devora, más bien, en poco más de una hora después de la cual es imposible no quedarse ojiplática y con la cara congelada. Me ha pasado a mí, y eso que conozco bien la situación y las historias reales que explica Ferrer (ya os hablé aquí de 'Viaje al turismo basura', otro de sus libros), así que imagino cómo se quedarán aquellos que tenga sólo una ligera idea de esa Ibiza de lujo que últimamente tanto se ve en los programas de televisión. Lo mejor de este libro es, sin duda, que huye de todo sensacionalismo. Quizás alguno crea que el autor exagera, pero doy fe de que no es así. Podría haber exagerado, pero es que no hace falta.
Por el libro, estructurado en seis capítulos (Esloras de infarto: los yates; Lujo por los aires: los jets; Comer a cuerpo de rey: los restaurantes; De suite en suite: los hoteles; Exhibirse al sol: las playas, y La fiesta: discotecas y casas), desfilan todo tipo de personajes famosos: Paris Hilton y su desmedido sueldo como discjockey; la baronesa Thyssen, que recibió a bordo del 'Mata Mua' a los inspectores de Hacienda; Puff Daddy, que se quedó colgado en tierra con sus amigos después de que destrozaran el interior del megayate de lujo que habían alquilado para sus vacaciones; Naomi Campbell y su fiesta de cumpleaños con miles de invitados; Stefano Gabbana y su afición de vestir a la tripulación con los disfraces más absurdos... Además de millonarios anónimos que no dudan en pagar decenas de miles de euros por una botella de champán, por una cama balinesa para una mañana de playa o que no tienen reparos en utilizar su jet privado para, por ejemplo, que uno de sus empelados se desplace a cualquier punto del planeta para recoger un vestido que tienen el capricho de ponerse, la laca del pelo que olvidaron en casa o para que vuele hasta ellos su adorada mascota, a la que echan de menos. Parte importante del libro lo ocupan los jeques árabes, algunos de ellos bien conocidos por los lugareños, con los que les gusta mezclarse. Esa afición por pasar desapercibidos que les lleva a tomarse un helado en el negocio familiar que ha congregado a generaciones de ibicencos contrasta con la ostentación de la que hacen gala en otros aspectos: 67 coches de alta gama para su séquito que se lavan cada día aunque no los hayan utilizado o yates de cien metros de eslora que utilizan sólo para llevar a las jóvenes que renuevan cada semana y que sólo llaman a su barco cuando sienten la necesidad de desahogarse, entre otras excentricidades. Una isla que presume de acoger el restaurante más caro del mundo (1.502 euros por menú y persona), no el mejor, sino el más caro, o donde se ha vendido la botella de champán más cara del planeta: 1,7 millones de euros.
Como bien recuerda Joan Lluís Ferrer en el epílogo, en esta misma isla Cáritas da de comer cada día a más de cien personas sin recursos en un comedor que se encuentra a escasos 200 metros del lugar en el que atracan los megayates.
"El puerto de Ibiza ha dejado de ser un puerto para convertirse en un show. En los muelles ya no hay pasajeros normales, ni se ven familias reencontrándose al descargar las maletas, ni abrazos tras el regreso. Hoy, los andenes se han convertido en un escaparate de ostentación para millonarios, en una exhibición permanente de lujo exagerado, en la que magnates, artistas y también delincuentes de alto nivel compiten por ver quién tiene el yate más descomunal, más caro y más recargado de riquezas."
Título: 'Ibiza, la isla de los ricos'
Autor: Joan lluís Ferrer
Editorial: UOC
Colección: Reportajes 360º
Páginas: 136
Precio: 12€
Procedencia: comprado
Nunca he estado en Ibiza, pero siempre he sentido curiosidad no solo por los lujos y excentricidades de los que se hace publicidad, sino también por los contrastes de la isla, la perspectiva de los lugareños, las desigualdades sociales que conviven unas al lado de otras, tan cerca.
ResponderEliminarGracias por esta recomendación.
Saludos.
Sofía, la isla es preciosa, tiene lugares muy tranquilos y maravillosos en los que disfrutar del mar, de las puestas de sol, la gastronomía, el olor de las higueras, el sonido de las cigarras... Pero también tiene esa otra parte de lujo y turismo desenfrenado que nos empieza a preocupar y que esperemos que no acabe comiéndose todo lo demás.
EliminarSaludos.
Solo he estado en Ibiza una vez. La isla balear donde he ido más veces es Menorca. Incluso pasé un verano entero en cala Fornells. Muy tranquilo y muy natural (hace diez años, a saber como está ahora).
ResponderEliminarSorokin, al parecer, Menorca sigue siendo igual de tranquila que hace diez años. El problema de Ibiza es el éxito, que amenaza con ser su verdugo, pero bueno. Aún hoy, bien aconsejados, los turistas que quieren calma no sólo pueden encontrarla sino que podrían marcharse de la isla sin cruzarse con esa otra Ibiza de fiesta y desenfreno.
EliminarSaludos.
Desde luego tu Eivissa tiene que ser una maravilla que muchos se han empeñado en adulterar y entiendo que guardeis esos rincones de antaño con celo. Es esa Eivissa, la que te gusta a tí, la que me gustaría descubrir a mí. Entre otras cosas porque el lujo no cabe en mi vida. Besos
ResponderEliminarMarisa, lo es, lo es. Sobre todo en primavera y en otoño, que son como verano, pero con muchísimos menos turistas. Es cuando aprovechamos los aborígenes para ir a todos esos lugares que en verano ocupan los turistas. La vida aquí no es barata. Ni siquiera para nosotros. Los precios del verano hacen que se dispare todo, hasta la compra en el supermercado, pero los sueldos son los mismos que en el resto del país. Pero vaya, que se puede venir en plan económico.
EliminarBesines.
Pues sí, tu Ibiza es la que me gustaría conocer, de la que me gustaría disfrutar, tranquilamente, pausadamente.
ResponderEliminarBesotes!!!
Margari, pues nada, a coger un avión. Eso sí, mejor en primavera o en otoño, si puedes escoger.
EliminarBesines.
Soy muy de islas (soy de Tenerife) y siempre he querido visitar las Baleares pero si te reconozco que Ibiza es quizás la que está en última posición. La publicidad que tiene quizás no sea la mejor para atraer a gente, como yo, que queremos visitar una isla y estar tranquilos al tiempo que conoces parajes seguro que maravillosos. Después de la entrada quedan ganas, y muchas, de conocerla. Si me animo seguramente será fuera de verano.
ResponderEliminarUn beso!
Pasajes, es una pena que esa imagen de fiesta, discotecas y desenfreno tenga tanta fuerza, porque la verdad es que, salvo un par de lugares bastante localizados, la isla es muy tranquila. Hay playas maravillosas, locales típicos con mucho encanto, mercadillos estupendos, unas puestas de sol espectaculares, iglesias muy peculiares, un casco antiguo impresionante que es Patrimonio de la Humanidad... Vale la pena la visita, a pesar de lo que se empeñan en mostrar las televisiones en verano. Pero sí, si os animáis, mejor en primavera o en otoño.
EliminarBesos