Cicatrices de verano
@Martatorresmol |
Tenía los ojos llenos de vacaciones. De verano. La tez colorada. El corazón exaltado. El alma caliente. La piel salada. La camiseta y las bermudas sucias de aventuras. Los brazos y piernas doloridos, pero con ganas de más. Las deportivas gastadas. Las manos callosas. El pelo lamido por el sol. Y el cuerpo cosido a cicatrices.
Las contemplaba orgulloso. Las acariciaba con la yema del dedo y se le escapaba la sonrisa ingenua que sólo despierta el primer amor. Nadie le creería. Era imposible que lo hicieran. ¿Quién en su sano juicio le imaginaría en un pequeño bote en Corfú observando pulpos? ¿O temeroso de una cabeza de cerdo hincada en un palo? Podía detallar a cualquiera el tacto rugoso de las cientos de lianas de las que se había colgado en su balanceo infinito por la selva y la suavidad del pelo y las escamas del dragón blanco de amable sonrisa sobre el que voló por un mundo que se deshacía a pedazos. En apenas un verano había aprendido a distinguir a las brujas en medio de una multitud e infinidad de conjuros que practicó una y otra vez con su varita de acebo. Había navegado por el Mississipi, y por el Caribe varias veces. Una en pleno huracán y otro a la búsqueda de un tesoro. Aún notaba la sal pegada a su piel. Una costra tan fina como la claustrofobia que atenazaba su sueño cada noche desde que se refugió de un horror peor que la guerra en un oscuro escondite tras una estantería llena de libros. Durante unos días había sido un temible pirata capaz de regresar de entre los muertos para rescatar a una princesa respondona...
Había vivido todo eso. Sólo tenía que cerrar sus ojos llenos de verano para recordarlo. Todas esas aventuras eran suyas. Y nadie le creería, se decía el pequeño. Sentado en la acera, buscaba una respuesta en el fondo del sucio charco que tenía a sus pies. Era lo más parecido al océano que había visto durante las vacaciones, pensó sacudiéndose las migas del bocadillo antes de regresar, corriendo y ansioso, a la biblioteca. Había dejado a medias un interesante duelo en París. Le esperaban nuevas cicatrices.
¡Hola! Todos estamos todavía llenos de verano, algunos sin cicatrices, pero habiendo recorrido mundo y vivido aventuras y vidas ajenas, unas interesantes y otras menos con los libros leídos.
ResponderEliminarComo siempre me encanta lo que escribes y como lo escribes
Besos
Marian, mis veranos siempre han estado llenos de aventuras vividas a través de los libros. Los veranos de quienes vivimos en zonas turísticas no tienen nada que ver con los veranos de los demás. Es cuando todo el mundo trabaja, así que, salvo funcionarios y docentes, las vacaciones se reservan para el invierno. Nunca he tenido vacaciones de verano, nunca he sabido lo que es eso, pero sé muy bien cómo son los veranos llenos de libros.
EliminarMuchas gracias...
Un besote
Anoche te leía en el coche, camino de vuelta a casa despues de una nueva pequeña escapada. Como podrás imaginar cuando te leía sentía cada linea como mía....
ResponderEliminar:)
Vuelvo hoy más tranquila para comentarte que me encantó este post. Refleja maravillosamente lo que es el verano de esas personas con chispa.... Tengas 12 o 70 años.
Besos!!!!
Nieves, me encanta que sintieras como tuya cada línea... Y que sintieras reflejado el verano de algunas personas.
EliminarBesos
Es el secreto del éxito de la lectura, poder vivir varias vidas y además salir con cicatrices que no duelen, y heridas que curan mucho más deprisa y todo eso en una sola vida.
ResponderEliminarBesos, intrépida Dorothy
Norah, un secreto que a muchos les cuesta descubrir... Me da que de ese tipo de heridas y cicatrices tienes el cuerpo lleno.
EliminarUn besazo
Qué despedida de verano tan agridulce, por haber disfrutado tanto pero con una realidad que no parece la más alentadora. Me ha encantado :)
ResponderEliminarBesos
Cuentalibros, el otoño, ya sabes, se acerca y lo cubre todo de nostalgia...
EliminarGracias
Besines
Se limpió los mocos, se atusó su pelo reacio y se subió al globo del capitán Grant, pero una horrible tormenta lo lanzó al mar. Unos ojos siniestros lo miraban. Un ruido, una ola gigantesca y un extraño ingenio lo acogieron. Nemo le miró con una sonrisa y le dijo, tienes que despertar es la hora de ir al cole.
ResponderEliminarSorokin, me encanta...
EliminarOhhh ese final me ha encantado... Las cicatrices de la lectura son las más bonitas. Un besote
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