Una feliz maraña de enredos


Tengo el pelo lleno de enredos. Intento peinarme con los dedos. Imposible. El peine de viento es implacable. Insisto con las manos. Oigo pequeños clacs cristalinos cada vez que se rompe alguna de mis escasas serpentinas de queratina. Debería dolerme, pero no. Cierro los ojos para concentrarme en los clacs, difíciles de escuchar entre el oleaje. En realidad me gusta. Y me gusta más cuando paso la lengua por los labios. Los noto salados. Tengo los bajos del patalón y una manga mojadas. No me importa, ni siquiera cuando me doy cuenta de que si arrugo la cara me tira la piel, como si fuera una máscara de sal a punto de cuartearse. Sé que es hora de irse, pero me resisto. El pelo convertido en una maraña de enredos, digno nido de pájaros carnívoros, y la piel agridulce. Como cuando era niña. Y jugaba.

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