A la primera librería de mi vida


@martatorresmol


Querida librería,
no tenía más de cinco años cuando te descubrí. Estabas en la esquina de aquella casa con vistas al puerto, aquella en la que sólo tenía que abrir la ventana para que el rumor alegre de los aparejos de los barcos llenara la habitación. Entre tus pequeñas estanterías de cuentos y libros, perdidas en un maremágnum de golosinas, disfraces, maquillaje de carnaval, piñatas, serpentinas, boas de plumas, chocolates y revistas escogí mis primeros cuentos. Aquellas historias maravillosas que aún conservo. Aquel cuento mágico de Caperucita que brillaba en la noche, aquella aventura de Ulises de perfiles recortados... Lectora precoz, aún recuerdo la emoción de los sábados por la mañana. Teníamos una cita, habíamos sellado un compromiso serio. Todos los sábados cruzaba la calle, aquella calle tranquila por la que los niños nos movíamos con la misma seguridad y libertad que por el pasillo de casa y en la que la tendera y el pintor nos echaban un ojo de padres prestados, y entraba corriendo, con mis 195 pesetas en la mano para recoger mi cuento. Cenicienta, Mowgli, Bambi, Simbad, Blancanieves... Cada sábado uno. Uno más de una colección de Disney, 54 relatos que leí y releí, que gasté hasta tener que pegar los lomos con celo, varias veces, incapaces de soportar tanto amor. Ahora, tres décadas después, las capas de celo con las que os protegí se agrietan y procuro no tocaros mucho. Cosas de la isla, algunos sábados me llevé una decepción. Los barcos venían demasiado llenos de productos de primera necesidad (alimentos, medicamentos, bebidas...) y los libros se quedaban en puerto, a la espera de algún hueco en otro barco. Llegaban todos juntos, tres, cuatro, hasta cinco. "Ya tienes lectura para un tiempo", me decía la librera, dándome una bolsa con la que apenas podía cargar, pero que me empeñaba en arrastrar con mis manos hasta casa. Mi madre respondía a la librera con cara de resignación. Sabía que aquellos tres, cuatro o hasta cinco libros me durarían un suspiro. No más de una mañana, tras lo que los releería hasta sabérmelos de memoria, a la espera del próximo sábado. De las próximas 195 pesetas. De la próxima carrera hasta la librería de la vuelta de la esquina. Más de una vez me senté allí mismo, apoyada en la pared, medio escondida entre los disfraces colgados, mientras mi madre pagaba y charlaba, a empezar a leer. Y entonces la librera lo entendía. Entendía que no leía como una niña de cinco años que acaba de empezar a leer. Porque hacía ya unos años que, sin que nadie supiera muy bien cómo, había aprendido a leer. Entendía que aquellos libros que ella me vendía cada sábado eran mi pequeño tesoro, mi refugio. Allí, cada sábado, espantando con un soplo la pluma de una boa que me cosquilleaba la nariz y con un disfraz de china y uno de hawaiana acariciándome los hombros, amé a la primera librería de mi vida.

Comentarios

  1. Cuánta ternura en este texto. Muchas gracias por compartir, y emocionar. Y me he acordado no de la librería pero sí del kiosko donde me compraban los tebeos de Esther. Para libros fui lectora tardía.
    Besos, Marta

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  2. Yo creo que aprendí a leer a los 6 años, pero no recuerdo lo que leía hasta que empecé con los Cinco, Los siete secretos, etc ya con once o doce años. Después ha sido un no parar, siempre con un libro en la mano, SIEMPRE...
    Es genial que recuerdes con tanta claridad tus primeras lecturas y tu primera librería
    Besos

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  3. Qué bonito. Yo no entré en una librería hasta los seis o siete años, aunque sabía leer desde los cuatro, pero mi padre tenía una biblioteca con muchos cuentos de su infancia y me los tragué todos. Ahora me haces pensar ¿cuál sería mi primera librería? Posiblemente el quiosco de Padilla, en Santander, que estaba enfrente de la Estación. Voy a seguir pensando.
    Saluditos

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  4. Qué bonito! Me ha encantado tu historia de amor. Yo no recuerdo una librería concreta pero me has recordado que cuando iba con mis padres a Alcampo a hacer la macro compra del mes me dejaban siempre leyendo en la sección de libros. A la salida me recogían y siempre me caía alguno. En una ocasión, justo un día que iban cargados con dos carros hasta arriba y una alfombra gigante, al salir empezó a sonar la alarma. Carro 1 nada, carro 2, nada, salgo yo... piiii! Y registrándome encontraron una alarma de ropa que algún graciosillo me había metido en la capucha del anorak! La lectura tiene esos peligros... Un besazo!

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  5. Cuánta ternura en esta historia! Y ahora me dejas pensando cuál sería mi primera librería. Sinceramente, no lo recuerdo. Recuerdo el kioskito que había debajo de mi casa, donde compraba los tebeos todos los fines de semana. Ays, mi Mortadelo y Filemón, qué buenos ratos me hicieron pasar!
    Preciosa, pero preciosa entrada!
    Besotes!!!

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  6. Que bonito texto. Imagino a esa niña y su refugio en los libros. Precioso.
    Un abrazo

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  7. Qué bonito homenaje y no sabes cuánto te envidio por tener todavía esos libros. A mí no me queda ninguno de aquellos años. A veces pienso en sus cubiertas con nostalgia. Besos

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