El museo de las cosas queridas

Todavía no sé si mis retinas ansiosas de Estambul me han llevado a las páginas de Pamuk o si han sido las páginas de Pamuk las que han guiado mis próximas vacaciones a la ciudad turca. Tampoco sé, apenas unos minutos después de haber leido sus últimas páginas, si la historia de amor de los años 70 a la que se refieren las solapas de 'El museo de la inocencia' es la de Füsun (una turca demasiado moderna para la sociedad otomana) y Kemal (niño bien atenazado por las convenciones de su acomodada familia) o la del propio Pamuk (Nobel a pesar de novelista, novelista a pesar del Nobel) por la ciudad del Bósforo, su ciudad. Sólo sé que al pasar las páginas en las que conviven mujeres con el velo tradicional, jóvenes en bikini, borracheras de raki y empachos de refrescos, cada vez me parecía más maravillosa la idea de un museo personal. Una casa llena de los objetos que han significado algo en tu vida. El triciclo que nunca hubieras querido regalar a tus primos pequeños, un pendiente que se quedó sin su pareja en un momento de pasión, el libro que manchaste de café al descubrir algo en una mirada, el cinturón de un amante que no volvió, los altísimos zapatos que acabaste quitándote para alargar una noche inolvidable, la flor ya momificada que alguien que no esperabas te regaló, una servilleta de bar pintarrucheada por las amigas...

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