La estrella


@Martatorresmol

Siempre había pensado que la estrella de Navidad era grande. Dorada. Tan brillante que, si la veías, se te llenaban los ojos de luz. Y el corazón. Y el alma. Siempre había creído que la estrella de Navidad marcaba el camino. Que si se te cruzaba en un viaje, dejabas de estar perdido. Te protegía. Te salvaba. La lluvia dejaba de mojarte. El frío ya no te quemaba la piel. El hambre cesaba en su empeño de roerte las entrañas. La sed abandonaba por fin tus labios agrietados y tu garganta seca.

Eso le contaba su abuela todos los años, cuando el invierno empezaba a morder de verdad las puntas de los dedos y la oscuridad caía demasiado pronto para las ansias de juego de los niños del barrio. Hilaba aquel cuento exótico, lejano para ellos, de la estrella de Navidad, y la magia de su voz hacía olvidar las risas en la calle.

Aquella madrugada, mirando al cielo, entre los brazos temblorosos de su madre, la vio. Pero no era grande. Ni tan brillante como pensaba. Ni de luz blanca y cálida. En mitad del rugido del mar, de los gritos aterrados, de las plegarias susurradas y del centenar de cuerpos encajados distinguió unos destellos rojos. Olas después, perdió la cuenta de cuántas, una luz blanca trajo voces extrañas, ojos preocupados y manos amables. En mitad de la noche de huida, perdido en la inmensidad del desierto de agua, en aquella tumba flotante, con su madre susurrándole que estaban a salvo, descubrió la auténtica estrella de Navidad.

Comentarios

  1. Cuántas tumbas flotantes, por desgracia... Cuántas no encuentran su estrella de la Navidad. Precioso y doloroso relato.
    Besotes!!!

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  2. Impresionante, Dorothy. Chapeau
    Bsos

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