Y para Sant Jordi... Un cuento

M. T. M.
El Músico decía que le daba igual la lluvia. Que no la notaba. Que después de toda la vida debajo del agua las gotas no eran más extrañas que el aire. No existían. Se lo decía, empapado, a la Niña que llevaba rato mirándolo. Escuchándolo. Le observaba desde abajo, con los ojos atravesando el plástico transparente de su paraguas. No lo entendía. Si se quitaba el paraguas se mojaba. Sentía frío. Notaba las gotas resbalar por su nuca y haciéndole cosquillas en la espalda. No entendía que el Músico no sintiera nada.
-Tú y tu guitarra tenéis el corazón de piedra- concluyó, seria, dudosa.
El Músico encogió los hombros. No valía la pena contestar. ¿Qué iba a entender una cría sobre la vida? Dejó de tocar. Guardó con mimo la guitarra en su funda y se marchó. Con la música a otra parte. Donde no hubiera niñas cotillas, sabihondas y metomentodo que le preguntaran por la lluvia. No sirvió de nada. Volvió a pensar en ella por la noche. Buscaba notas y acordes perdidos mientras escuchaba el agua contra los cristales. Rellenó su vaso. Inspiración de alta graduación. Le pareció que los ojos del indio que le miraba desde la botella eran los de la Niña. Grandes. Redondos. Serios. Al primer sorbo sintió algo extraño en el pecho. Un chirrido. Se quitó la camiseta y se miró. Extrañado. ¿Tenía una puerta en el pecho? ¿En el lado izquierdo? Era de hojalata vieja, un poco herrumbrosa, y no ajustaba bien. ¿Eso siempre había estado ahí? La abrió despacio, con los dedos temblorosos. ¿Y si le dolía? ¿Y si abría y se escapaba de sí mismo? Pero no. No pasó nada. Sólo un ruido largo y desafinado que se le quedó pegado a los tímpanos durante horas y al cerebro durante años. Allí dentro algo se movía. Miró. Un corazón. Granate, marrón y blanco. Y palpitaba. ¡No era de piedra! Se iba a enterar la Niña cuando la pillara… Pero… Había algo raro. Se frotó los ojos, dio otro sorbo y se fijó bien. El corazón cargaba otro corazón. Pequeño, con un mástil y seis cuerdas. Aguzó el oído. ¡Sonaba! Y muy bien. Rió a carcajadas. Miró con más atención. ¿Qué era eso negro que le cubría el corazón? Se atrevió a colar los dedos entre las costillas. Lo tocó. Plástico. Tiró un poco. No dolía. Lo sacó. Estaba empapado. Lo abrió. Un impermeable, con una calavera en la espalda.

A la mañana siguiente seguía lloviendo. Salió a la calle. Se mojaba. Sintió frío. Notaba las gotas resbalar por su nuca y haciéndole cosquillas en la espalda. 
Por: Marta Torres Molina

Comentarios

  1. Me encantó el cuento Dorothy.

    Feliz día del libro amiga ;)

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  2. Hala, ya no puedo decir que no me han regalado nada hoy. Muchas gracias. Vaya con la crueldad de los niños siempre viendo más allá y diciendo lo que piensan. Excelente metáfora la del corazón palpitante. Es que a veces o lo guardamos o...
    Besotes y feliz día del libro Dorothy Parker.

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    1. Aún queda día... A mí sí me han hecho regalos, y cada uno de ellos me ha recordado el que no me han hecho.
      Yo no soy de guardarlo, así lo tengo, pobre mío.

      Un besazo, Norah, y feliz feliz día del libro

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  3. Je! Interesante

    A mi no me han regalado nada, pero yo he subido una rosa a mi blog por si acaso a alguien le interesara y tampoco le hubieran regalado nada.

    Y mis paisanos de aquí muy cerca de Cáceres andan como locos quemando dragones disfrazados de Su San Jorge.

    ¡El que no se conforma es porque no quiere....!

    Beso!!

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    1. Por suerte aquí algunos libreros conservan la tradición de regalar rosas con los libros... Así que como bien dices, el que no se conforma es porque no quiere.

      Besos

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  4. Gracias por el maravilloso regalo que nos has hecho. Y espero que hayas tenido un feliz día!
    Besotes!!!

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    1. Margari, gracias. He tenido sant jordis mejores, pero estuvo bien. Espero que el tuyo fuera genial.

      besines

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  5. Hala, pues me viene estupendamente antes de irme a dormir porque yo también me he quedado sin libro. Salvo los autorregalados que es trampa, claro.

    Gracias por este cuento tan bello y, sobre todo, tan alegórico. El impermeable lo usamos unos más que otros, pero hay momentos en que es inevitable. Es un poco como esas tardes de invierno. A veces hasta gusta mojarse un rato. Pero otras, cuando ya encadenamos varios catarros, todos nos lo pensamos.

    Besines y espero que hayas pasado un día estupendo, Dorothy!

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    1. Gracias, Rober. El problema del impermeable es que te acostumbras a llevarlo y cuando te lo quitas, la lluvia duele.

      besines

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  6. Gracias por el cuento, Dorothy, que mucho me ha complacido. Yo hace tiempo que no miro a los ojos de los indios de alta graduación, porque, a mí tambien me abrían puertas de hojalata que mejor estaban cerradas. Ahora me limito a dejarme arrastrar por la vaporosa espuma de la cebada fermentada. Es más amigable y no me abre puertas.
    Un beso

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    1. Sorokin, me da que los indios etílicos han hecho más daño que el colesterol. Y sí, yo también soy más de cebada fermentada. Me alegro de que te haya gustado.

      abrazos

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  7. Ese pecho abierto, las últimas frases... ¡me ha gustado!
    Llego con retraso, así que espero que hayas tenido un feliz día del libro.
    Besos!

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  8. Es un cuento precioso, muy metafórico, imaginativo y casi mágico diría yo. Deberías darnos más momentos como este. Hoy te he visto más Dorothy que nunca. Un aplauso y muchos besos

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    1. Gracias, Marilú. Así, entre tú y yo, no tengo muy claro que ser más Dorothy que nunca sea bueno...

      un besazo

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  9. Llego tarde, pero me ha encantado leer tu cuento, me resultó muy evocador. Gracias por compartirlo, 1beso!

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