Sin camino a la Ciudad Esmeralda


Decenas de zapatos rojos se acumulan en mis armarios. El caótico actual y los desastrosos anteriores. Entre un zapato rojo y otro de cualquier color siempre elijo el rojo. Tengo la esperanza de que algún día, al llegar a casa y calzármelos con mimo en la intimidad de mi habitación, aparezca bajo el charol bermellón un camino de baldosas amarillas que me indique hacia dónde ir sin tener que pensar si cada paso que doy es el correcto. Algunos, viejos, descansan en sus ataúdes cubiertos de polvo en el fondo del tetris del ropero después de muchos pasos perdidos. Otros, comprados hace tiempo, jamás han pisado el suelo. Esperan su momento. Demasiado altos. Demasiado brillantes. Demasiado bonitos. Demasiado rojos. No los merezco, pienso cada vez que abro sus cofres de cartón dispuesta a ponérmelos (ésta vez sí). Pero ahí se quedan. Una vez más. Esperando pacientes la gran entrada a mi Ciudad Esmeralda.

Comentarios

  1. Las baldosas amarillas las van poniendo conforme andamos. El improvisado albañil, llámalo Demiurgo o Unomismo, da igual, las coloca por cada decisión tomada.

    ResponderEliminar
  2. Hay baldosas amarillas? Dónde están que no las veo? Sólo encuentro las baldosas grises de Eivissa con chicles pegados y cagadas de perro.

    ResponderEliminar
  3. Y no te olvides de esos maravillosos descampados en los que aparcas y de los que es todo un reto salir sin desnucarse al caerse al fondo de uno de sus inmensos baches…
    Vivimos en una isla sin baldosas amarillas.

    ResponderEliminar
  4. tot són reptes,, mira, ara ja estas a la xarxa bloggera....endavant!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Comenta, habla, opina, grita, chilla, susurra...

Entradas populares