Ella les dio voz. Hasta que ella llegó,
estaban mudas. Sus historias, sus vidas, se habían quedado arrumbadas en su memoria. Algunas ni eso. Algunas, incluso, las habían olvidado. De no contarlas. De no pensar en ellas. No existían. Casi un millón de mujeres callando una época de sus vidas. Sus proezas y sus miserias. Todas ellas lucharon en la
Segunda Guerra Mundial, en las filas del
Ejército Rojo. Pilotaron aviones. Incluso tanques. Curaron a los heridos. Consolaron a los moribundos. Se destrozaron las manos lavando uniformes duros de sangre seca. Empuñaron armas. Dispararon a los enemigos. Muchas murieron. Otras sobrevivieron. Y callaron. Acabó la guerra, todos regresaron a sus casas, ellos contaron sus historias de la guerra y ellas...
Ellas callaron. Habían combatido como ellos, habían pasado el mismo dolor que ellos, las habían herido como ellos, las habían amputado como a ellos, habían visto la muerte todos los días como ellos... Pero no contaron sus historias. No interesaban. Al fin y al cabo, eran sólo mujeres. Así que trataron de tener una vida, fingieron olvidar aquellos años, cerraron los ojos a sus cicatrices y guardaron lo que habían hecho y lo que habían vivido en el frente en lo más profundo de su memoria. Y tiraron la llave. Hasta que llegó ella. Hasta que
Svetlana Alexiévich se plantó un día en sus vidas y les pidió que buscaran aquella llave, que hicieran memoria, que le contaran sus experiencias. Muchas dijeron que no, recordar era demasiado doloroso, pero otras muchas dijeron que sí.
Y ahí están todas ellas, en '
La guerra no tiene rostro de mujer', un impresionante documento. Tan escalofriante como conmovedor. Porque todas esas historias son reales. Porque los muertos murieron de verdad, los heridos sufrieron para recuperarse. Porque el desprecio que recibieron tras la guerra (se dejaron la vida y las acusaron después de frescas e indecentes por haber compartido la guerra con los hombres) aún les escuece. Hablan de la guerra, de su guerra. Recuerdan el combate, las veces que salieron vivas de él, a quienes no lo consiguieron, la dureza de sus funciones (pilotos, sargentos, soldados, auxiliares sanitarias, médicas, ingenieras, jefas de transmisiones, cirujanas, operadoras de globos aerostáticos, tenientes, navegantes, exploradoras, enfermeras, partisanas...), que sumieron con naturalidad, porque no veían más opción que
sumarse a la lucha para defender a los suyos.
Pero también recuerdan otras cosas, cosas que no aparecen en los relatos de los hombres. Los pies en carne viva porque, con un 36, tenían que llevar botas del 42, el número más pequeño. Abortos provocados entre lágrimas para poder ir al frente. Vivir con una única muda de ropa interior, a pesar de las necesidades femeninas en las que, obviamente, ningún militar había pensado. Los besos y las caricias de hermana que dieron a quienes no pasarían de esa noche. El peso de un
hombre herido arrastrado hasta el hospital. Las caras de sorpresa de los hombres al verlas llegar a un batallón. La camaradería. La necesidad de cargar con unos zapatos de tacón o algo bonito para seguir sintiéndose mujeres. El olvido forzoso del coqueteo, del amor, de la juventud. El
cartucho que guardaban para ellas, para no ser violadas por un batallón de alemanes si caían en sus manos. Comer cuatro migas de pan sentadas sobre la tierra encharcada de sangre y entre cadáveres. La aversión de por vida al color rojo, el color de la sangre. Soñar, cuando podían dormir, con bombones. La sensación de
ver envejecer sus almas día a día, combate a combate...
Cosas, todas ellas, que no se cuentan por casualidad. Ni porque sí. Ni a cualquiera. no soy creyente, pero
Svetlana Alexiévich es dios.
"1978-1985
Escribo sobre la guerra...
Yo, la que nunca quiso leer libros sobre guerras a pesar de que en la época de mi infancia y juventud fueran la lectura favorita. De todos mis coetáneos. No es sorprendente: éramos hijos de la Gran Victoria. Los hijos de los vencedores. ¿Qué cuál es mi primer recuerdo de la guerra? Mi angustia infantil en medio de unas palabras incomprensibles y amenazantes. La guerra siempre estuvo presente: en la escuela, en la casa, en las bodas y en los bautizos, en las fiestas y en los funerales. Incluso en las conversaciones de los niños. Un día, mi vecinito me preguntó: '¿qué hace la gente bajo tierra? ¿Cómo viven allí?'. nosotros también queríamos descifrar el misterio de la guerra.
Entonces por primera vez pensé en la muerte... Y ya nunca más he dejado de pensar en ella, para mí se ha convertido en el mayor misterio de la vida."
Título: 'La guerra no tiene rostro de mujer'
Autora: Svetlana Alexiévich
Traductoras: Yulia Dobrovolskaia
y Zahara García González
Editorial: DeBolsillo
Páginas: 370
Precio: 9,95€
Procedencia: regalo