La joven de la perla (Tracy Chevalier)

 


A un libro de medio euro no se le dice que no. Y menos si es un libro que, hace años, querías leer. Aunque no fuera el momento. Descubrí 'La joven de la perla' en el cine. En uno con la pantalla como las de antes, grande, centrada, con esas maravillosas imperfecciones de las salas de cine analógicas que tanto echo de menos. Me gustó tanto aquella historia en la que pasa todo sin que pase nada que cuando salí del cine busqué el libro de Tracy Chevalier, ése que en la que la propia pantalla me susurró que estaba inspirada aquella película. Lo busqué en las librerías. Y lo encontré. Leí las primeras páginas, no fuera a ser que todo lo que me había gustado de aquella historia en la que Vermeer, el pintor, absorbe el alma de Griet, la última criada llegada a su casa, en un baile que parece admiración, deseo, enamoramiento, fuera únicamente fruto de la magia del cine. Pero no. Si hubiera habido un taburete me habría sentado allí mismo a seguir leyendo. Hasta llegar a la quinta o sexta página, cuando descubrí que alguien había decidido arrancar unas cuantas hojas de aquel ejemplar, que era el único de la librería. Allí lo dejé. Pensando que era una señal de que no debía romper esa norma de no leer un libro inmediatamente después de ver la película. Y nunca, hasta ahora, se había vuelto a cruzar en mi camino.

Hasta hace unas semanas. En una librería de segunda mano. Buscaba otra cosa y, de repente, ahí apareció. Un ejemplar pequeño, de hojas muy amarillentas. De bolsillo, pero con tapa dura. Y con el popular cuadro del pintor neerlandés que da título al libro estampado en la portada. Ese rostro medio girado de una joven de ojos grandes, que esconde su pelo bajo varias telas y en el que una perla de tamaño considerable, colgada de su lóbulo izquierdo, parece concentrar toda la luz de una mañana de la preciosa Delft. A un libro de medio euro no se le dice que no. Y menos cuando años atrás lo tuviste entre las manos deseando leerlo. 

'La joven de la perla' es bellísima y oscura. Bella como el rostro de Griet, la adolescente protestante que no tiene más remedio que servir en casa del pintor, una familia católica, cuando su padre, un prestigioso azulejero, se queda ciego tras un accidente con el horno. Oscura como las tardes de la bonita localidad de Delft, como los días cuando el sol no consigue vencer la eterna neblina de esas latitudes. Es pequeña. Un caramelo. De los que se degustan sin prisa pero que duran apenas unos minutos en la boca. La fascinante relación entre criada y pintor queda ya establecida en las primeras páginas. En ese primer encuentro sorpresa en la cocina de la casa de Griet en el que el pintor se sorprende por cómo ha colocado las verduras que está picando para el caldo y cuyo orden no se corresponde a en el que se echan en el caldo sino que responde a una cuestión estética. "Los colores se pelean cuando están juntos, señor", responde, tímida, la joven, a la que la familia Vermeer contrata para una curiosa tarea: limpiar el estudio del pintor. Unas dependencias ubicadas en la parte más alta de la casa y en la que toda la familia, incluida su mujer y sus hijas, tienen completamente prohibido entrar. Las directrices que debe seguir Griet son muy claras. Debe limpiar, pero dejándolo todo exactamente en el mismo lugar y la misma posición en los que estaban antes de entrar. Como si en vez de una persona hubiera limpiado un espíritu. 

Y así, sin apenas verse. Con ese diálogo de movimientos fantasmales (Griet limpiando lo que Vermeer luego pasa horas contemplando para sus pinceladas) se establece una relación entre ambos cuya intensidad no escapa al avispado ojo de Maria Thins, la suegra del artista, uno de los personajes más interesantes de la novela. Una mujer inteligente, educada, respetuosa, la autoridad real de la casa. Una mujer que, consciente de que nunca en la casa habían tenido una criada que les fuera a causar tantos problemas, sabe que la presencia de Griet estimula la creatividad del pintor, cuyos cuadros avanzan con demasiada lentitud como para sostener realmente a la familia. Griet lidia con las suspicacias de todos los miembros de la familia (la curiosidad de la inquietante y pequeña Cornelia, los celos de Catharina, la esposa del pintor; la envidia de Tanneke, la otra criada de la casa; la insistencia amorosa de Pieter, el carnicero; las exigencias de Maria...) y la creciente distancia con su familia. Todo se precipita cuando el principal cliente de Vermeer exige al artista que pinte a Griet, a la que persigue y acosa con intenciones poco decorosas. Un juego, un baile, una melodía. Una historia tan bella como oscura.

«Mi madre no me avisó de que iban a venir. Después dijo que no quería que pareciera nerviosa. Me sorprendió, pues creía que me conocía bien. Los desconocidos pensaban que era una persona tranquila. No me ponía a llorar como una cría. Sólo mi madre reparaba en la tensión de mi mandíbula, en lo abiertos que tenía mis ojos ya de por sí abiertos.
Estaba picando verduras en la cocina cuando oí voces al otro lado de la puerta principal: una de mujer, radiante como el latón bruñido, y otra de hombre, grave y oscura como la madera de la mesa en la que estaba trabajando. Eran la clase de voces que rara vez oíamos en nuestra casa. Aquellas voces hacían pensar en lujosas alfombras, libros, perlas y abrigos de piel.
Me alegré de haber fregado con tanto ahínco los escalones de la entrada».

Título: La joven de la perla
Autora: Tracy Chevalier
Traductor: Ignacio Gómez Calvo
Editorial: DeBolsillo
Páginas: 270
Precio: 0,50€
Procedencia: librería de segunda mano

Comentarios

  1. Lo leí hace años y recuerdo que me encantó. Pero ya hay cosas que he olvidado. La peli también me gustó mucho. En mi caso la vi después de leer el libro. Y me pareció muy buena adaptación.
    ¡Y qué coraje que rompan páginas de un libro!!!
    Besotes!!!

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    1. Margari, las dos, la novela y la película son fantásticas. Ahora, tras leer el libro, me han dado ganas de volver a ver la película... Jajajaja. A ver si la encuentro por ahí.
      Y sí, da mucho coraje que la gente rompa los libros.

      Besines.

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  2. No lo soportó, ver páginas dobladas por la esquina, y arrancadas, eso es como tropezar con el dedo gordo del pie contra un mueble. Tenía que estar penado por ley.
    Medio euro son los gastos de envío de un regalo caído del cielo. No lo ibas a dejar allí.
    Leí el libro poco antes de que se estrenara la peli. Una época en la que pensaba cómo habría hecho yo la peli del libro es cuestión.
    Es un libro que tiene algo mágico entre líneas. Merece la pena. Y además es Vermeer, la luz de Vermeer, una de las maravillas del mundo. Lo dicen en You're the one.
    Besos, Dorothy Von Arnim

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    1. Ains... pues yo soy de las que a veces dobla las esquinitas de las páginas para marcar que hay una frase que me gusta si en ese momento no puedo pararme a copiarla... La verdad es que compré diez libros por no llega a veinte euros, con gastos de envío incluidos. Había varios grandes de tapa dura y que estaban impecables, no se habían abierto nunca. Creo que fueron restos de un Alcampo en el que cerraron la librería, porque estaban perfectos. Vermeer es maravilloso, y la historia que se imagina Chevalier, también. Lo mismo que Delft, que es un lugar precioso, con una luz increíble cuando el sol brilla. ¡Ay! Aquellos tiempos en los que podíamos viajar...

      Besotes.

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    2. Volverán esos tiempos. ¿Te imaginas la emoción cuando viajemos por primera vez después de esto?

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    3. Ains... Yo sólo quiero volar a una isla griega... En primavera... Fingers crossed!

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