'Zorba el griego'


'Zorba el griego', Nikos Kazantzakis (Acantilado) | @martatorresmol

Hay libros que te esperan. Que son pacientes. Que saben, porque los libros siempre saben, escoger el momento. 'Zorba el griego' me encontró en Barcelona. En Rambla de Catalunya. Yo ni había pensado en él. De hecho, rumbo a Creta, la fascinante isla en la que se ambienta (os debo una entrada sobre ella), llevaba otro libro conmigo. Otro que pasa en Grecia, aunque no en Creta. Pero la obra más popular de Nikos Kazantzakis se me metió en la maleta en un paseo por la que durante unos años fuera mi ciudad. Entre vuelo y vuelo. Así que Zorba, ese viejo apasionado por la vida y sus placeres, volvió a Creta. A sus puertos venecianos, sus montañas nevadas en pleno verano, sus iglesias blancas en acantilados casi negros, su mar de infinitos azules, sus sinuosas carreteras pobladas de cabras... No se me ocurre mejor lugar para leer esta historia que junto al mar (la Mar) en un pequeño pueblo de pescadores de casas blancas al que no llegan las carreteras o en uno de esos viejos y bulliciosos puertos mientras el día se apaga y el faro se enciende.

La historia comienza en otro puerto,  El Pireo, en Atenas. Con un encuentro. Un joven e ingenuo intelectual dispuesto a recuperar una mina de lignito en Creta tropieza, es un decir, con Alexis Zorba, ese viejo disfrutón que no se separa jamás de su santur. El joven está a punto de zambullirse de nuevo  en su ejemplar de ‘La Divina Comedia’ (qué belleza) cuando se percata de que alguien, un viejo, le mira a través de los cristales del café. Un viejo que se abalanza sobre él para pedirle trabajo. De lo que sea. Porque ese viejo asegura que sabe de todo. Que ha trabajado de todo. Que sirve para todo. Y ahí, en ese tropiezo entre la juventud y la vejez, entre la bisoñez y la experiencia, entre el cerebro y el corazón está la clave del libro. Y de la vida. Porque de eso exactamente, de la vida, trata 'Zorba el griego'. De un hombre que la devora a bocados que no le caben entre las mandíbulas. Y de otro que la contempla, metida en una burbuja de cristal, para no quebrarla.

Pero la vida rompe cosas. Y personas. A veces lo destroza todo. Y lo desordena. Y lo vuelve patas arriba. La vida se rompe. Y te rompe. Y a pesar de todo, sigue. Se recompone. O no. Pero sigue adelante. Con los bailes. Con el amor. La pasión. La amistad. Los placeres. La música. El sol. La caricia del mar. Los juegos. Las risas. Los enredos. Y eso, eso es lo que sabe tan bien ese viejo del santur que blasfema, que se enamora y corteja a las mujeres, que tiene sueños de ingeniero, que despilfarra, que bebe, que baila y que es capaz de ver en los ojos de los demás lo que ni ellos mismos saben. Aún. Y eso es lo que, con sus formas desbordantes y sin pretenderlo, le descubre a su jefe desde el primer instante. Desde ese encuentro en el café, hasta la última carta que le escribe muchos años después de esa aventura en Creta. Esos días en los que, mientras su jefe anda preocupado por poner en marcha la mina y metido en sus libros, Zorba seduce a Madame Hortense, la vieja prostituta de cuyas carnes jóvenes se enamoraron tres marinos; anima el fuego entre la viuda y el joven intelectual; le reprende por su forma de llevar la mina, y de acercarse a los trabajadores; viaja en busca de unos materiales que nunca trae, le prometen con su Bubulina, idea un desastroso sistema para reconvertir la mina, trata de impedir un asesinato, toca el santur y baila. Baila. Vive. Vive hasta el final. Y a pesar de todo. Porque de eso, de la vida, de devorarla a bocados que no caben entre las mandíbulas o de contemplarla como una bellísima burbuja de cristal.


"Lo vi por primera vez en el Pireo. Había ido al puerto a tomar el barco rumbo a Creta. Era casi el alba. Llovía. Soplaba un fuerte siroco y las salpicaduras del mar llegaban hasta el pequeño café. Con las puertas de cristal cerradas, el aire olía a hedor humano y a salvia. Afuera hacía frío y las ventanas se habían empañado. Cinco o seis marineros trasnochados, con sus camisetas marrones de lana de cabra, tomaban café e infusiones de salvia y miraban el mar a través de los enturbiados cristales".


Título: 'Zorba el griego (Vida y andanzas de Alexis Zorba)
Autor: Nikos Kazantzakis
Traductora: Selma Ancira
Editorial: Acantilado
Páginas: 384
Precio: 22€
Procedencia: comprado

Comentarios

  1. No he leído el libro. Para mí, Zorba es la peli de Cacoyannis, Anthony Quinn, Alan Bates, la viuda negra (genial Irene Papas) y sobre todo... Bubulina, tierna Bubulina. DE Kazantzakis lo único que leí fue "la última tentación de Cristo", hace ya años. De la música de Teodorakis, para qué voy a hablar. En realidad fue gracias a su música que hice mi primer viaje a Atenas. Vamos, que si el libro se me mete en las manos, no lo voy a despreciar.
    Besos

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    1. El libro es una maravilla, Sorokin. Como la película. De la música qué te voy a decir... A mí, todo lo que huele, sabe o suena a Grecia y Turquía me hace perder el sentido. Son países a los que regresaría siempre. Supongo que por eso me gustan tanto los libros ambientados ahí. Además, Creta es una isla sorprendente. Fascinante. Embriagadora. Ojalá siguiera allí...

      Besos.

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  2. No sabes lo bien que me ha venido esta reseña después de lo que acabo de leer hace un rato. De repente se me ha llenado el imaginario de luz, de colores, de calor... Todo eso que imagino cuando me hablan de este tipo de historias de personajes con los que te gustaría hablar horas y horas porque parece un libro vivo.
    Por no hablar del recuerdo entrañable que tengo de la peli que veía con mi abuelo.
    Besotes, Dorothy Quinn

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    1. Norah, la película es una maravilla. Precisamente por eso creo que tardé tanto en animarme con el libro, porque el recuerdo de Anthony Quinn es imborrable. De hecho, no he conseguido leer el libro sin ponerle a Zorba la cara de Quinn. Ha sido imposible. Su recuerdo es demasiado fuerte. Sin embargo, otros personajes, como madame Hortense, se me han antojado maravillosos en el libro. Inmensos. Leerlo allí mismo, en esa misma isla de carreteras endiabladas, mar de mil azules y pequeñas iglesias blancas en acantilados negros supongo también que ha mejorado mucho la lectura.

      Un besazo.

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