La muñeca


@Martatorresmol

La pequeña no lloraba. Ya ni siquiera lloraba. Ni pataleaba. Ni gruñía. Ni se enfadaba. Ya no. Igual que ella. Ella tampoco lloraba ya. Ni se entristecía. Ni se compadecía. Ni pretendía entender. Ni buscaba un resquicio por el que escapar. Ni se curaba ni le dolía ni se preocupaba ni soñaba... Ni se permitía esperar un cambio. Sólo esperaba en tensión. Como una presa a la que ronda el lobo. El siguiente insulto. El próximo golpe. Una prohibición más. Esa mirada que la paralizaba. Que conseguía congelarla. Que no saliera con las amigas. Que no riera. Que no hablara con nadie que a él no le gustara. Que volviera directa a casa al salir del trabajo. Esa mirada. Ahí. Siempre. Todas las noches al llegar a casa. Todas las mañanas antes de separarse en el portal, justo antes de besarla. Que vieran todos lo mucho que la quería.

También besaba a la pequeña. Y le revolvía el pelo. Antes se le encaraba. No le gustaba que la despeinara. Protestaba. Le miraba fijamente. Se enfadaba. Le gritaba. Hasta que él cogió su muñeca favorita, la que la niña peinaba amorosamente durante horas, le cortó el pelo con las tijeras de la cocina y la encerró en una preciosa jaula de barrotes blancos y dorados que colgó de la ventana de su habitación. La niña dejó de encararse. Todas las mañanas la veía dirigirse al autobús escolar con paso cansado y el pelo revuelto. Todas las noches la veía mirar con tristeza la muñeca en la jaula. Llena de trasquilones. Despeinada. Todas las mañanas. Todas las noches. 

Una tarde de invierno él encontró la casa a oscuras. En silencio. La recorrió, habitación por habitación. Encendió todas las luces. Encendió su ira. Las esperó. A la niña. A su mujer. Con las tijeras en la mano. No sería el pelo esta vez. Tampoco sería la muñeca. Cegado, no vio la jaula. Los barrotes blancos y dorados estaban doblados. Retorcidos. Estaba vacía. 

A cientos de kilómetros de distancia, la niña peinaba amorosamente el pelo corto de su muñeca. Ella la miraba. Y sonreía. Fuera de su jaula.

Comentarios

  1. Sobrecogedor. Una pena muy grande que no sea solo ficción. Menos mal que al final nos has dejado la esperanza en esos barrotes doblados. No siempre pueden escapar.
    Besos, Marta.

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    1. Norah, una de las cosas que más me tocó el año pasado, haciendo un reportaje sobre los pisos de acogida para las mujeres que sufren malos tratos y sus hijos, fue que los niños sienten en esos pisos que, por primera vez, tienen juguetes, que los juguetes son suyos, porque en la mayoría de los casos el maltratador también es dueño de ellos. Escapar se puede, pero es realmente complicado.

      Besos

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  2. Respuestas
    1. Espe, hay historias que necesitan tenerun poco de aire al final...

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  3. Ojalá todas pudieran escapar de su jaula.
    Abrazo!

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