Una noche en el planeta imaginario

http://www.youtube.com/watch?v=BIITiM-drII

Quizás fueron las cañas. Quizás una luna que un día antes había sido llena. No lo sé. Sólo sé que el martes por la noche volví a soñar como cuando era pequeña. Me metí en la cama pensando en todas las imágenes que que devoré delante de la tele junto a mi osito tuerto. Unas cañas en la penumbra de una plaza con unos amigos habían encendido la moviola de la memoria, que no conseguí parar (tampoco quería, en realidad) durante el camino a casa. En poco más de una hora recordamos a la exasperante hormiga Ferdy; David el gnomo y su sucesor, el juez Klaus; el peludo perro de los Fraggle; el irreverente Casimiro que nos mandaba a dormir bailando sobre sus All Star rojas; Pippi, la niña a la que todos envidiábamos por vivir en un maravilloso caos ¡Y sin padres!; el zepelín del profesor Poopsnagle… Hasta descubrimos cómo un maestro kamikace puede perder todo su prestigio al confesar ante los alumnos que le puso la voz al marisabidillo de Mochilo, el más antipático de los horrorosos Fruitis. La memoria es caprichosa y en plena borrachera de melancolía no conseguimos acordarnos de los pavorosos muñecos capitaneados por Gallofa y Poti-Poti que nos hipnotizaban a pesar de los rígidos movimientos, el desastroso doblaje, sus andrajos y las dantescas caras de los malos: ‘Los Aurones’. Ya a oscuras y en casa el ‘Arabesque’ de Claude Debussy no dejaba de danzar en mi cabeza. Sonaba en la cabecera de ‘El planeta imaginario’ y todavía hoy cuando la escucho mi cuerpo y mi mente dejan por unos segundos de ser los de ahora para revivir las sensaciones de la curiosa niña de cinco años que veía el programa cada lunes. Una música que durante un par de años era la puerta a un mundo mágico en el que la pintura convertía en exuberante una estéril tierra de cartón, las cámaras de televisión flotaban en el universo, un vampiro absorbía la tinta de los libros hasta dejar las páginas en blanco y en el que me enamoré de la Luna de Méliès.

Comentarios

  1. Allí descubrimos que las sombras también cuentan historias y que hay otras formas de divertirse lejos, incluso y aunque suene paradójico, de la misma pantalla de televisión. (Y que de ella se puede aprender). Aunque entonces, en mi caso, era la única ventana a un mundo más interesante que el que me rodeaba lleno de gritos, bocinas de coches y extraños que se decían amigos míos.

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